El amor comienza siempre con una simple mirada, con alguien con quien se cruza, un compañero de clase, un amigo o un simple desconocido.
Pero luego es algo más. Son miradas que se dedican el uno al otro, solo para ellos y para nadie más. Miradas que te dejan sin aliento, que te hacen palpitar el corazón a gran velocidad, que incluso puede llegar a doler.
Esta chica piensa que es realmente guapo. Comienza a salir con el, los dos solos, los dos juntos después de las clases para ir a dar una vuelta en moto, tomar un helado, un refresco... Hasta que todo los lleva a besarse entre los sonidos y los colores de un lugar mágico y especial, un lugar que guardará el secreto del primer beso.
Luego el viaje continúa, y el beso se convierte en una noche para ellos, en una casa solitaria sin que nadie interrumpa ese momento. Una casa demasiado grande para un amor quizá demasiado pequeño. Él con una flor. Una sola, dice, porque al menos es especial, única, no perdida en un ramo, confundida con otras. Después un beso. Uno solo no. Otro. Y otro más. Manos que se entrelazan, ojos que se buscan y encuentran espacios y panoramas nuevos. Esa vez. La primera vez. Momento único. Momento que desean que no acabe. Que fuese el inicio de todo. Descubrirse vulnerables y frágiles, curiosos y dulces. Una explosión.
Al día siguiente ella se lo cuenta a sus mejores amigas, se lo explica todo y se siente grande.
Él que la busca, va a recogerla y le dice: <<Eres mía, no te dejaré nunca. Estamos demasiado bien juntos. Te amo.>> Y después: <<¿Dónde estabas? ¿Quién era ese? ¿Porqué no quedas conmigo en vez de ir con tus amigas?
Y en ese momento ella comprende que tal vez amar sea otra cosa. Es sentirse ligeros y libres. Es saber que no pretendes apropiarte del corazón del otro, que no es tuyo, que no te toca por contrato. Debes merecerlo cada día. Y ella se lo dice, se lo dice a él. Y es consciente de que hay respuestas que quizá deben cambiarse. Es preciso partir para volver a encontrar el camino. Él que la mira enfadado, de pié, en un lugar cualquiera. Y dice que no, que se equivoca, que son felices juntos. La coge por el brazo, lo aprieta fuerte. Porque cuando alguien a quien quieres se te va, intentas detenerlo con las manos, y espera poder atrapar así también su corazón. Pero no es así. El corazón tiene piernas que no ves. Y él se va diciendo: <<Me las pagarás>>, pero el amor no es una deuda que saldar, no regala créditos, no acepta descuentos.
Y dos lágrimas resbalan por su rostro, despacio, casi tímidas y preocupadas por hacerse notar. Y ella se va, triste, sola.
Pero lo que no entiende en ese momento es que al amor no lo puedes engañar, y que aunque te despidas de esa persona a la que quieres de verdad, pronto otra aparecerá en su vida y rellenará ese hueco que quedó vacío cuando él se fue.
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