Me
levanté de la cama, me asomé a la ventana y encendí un cigarrillo, aquel vicio
incesante. Aún era de noche. Las estrellas parecía latir fuertemente en el
claro cielo, igual que lo hacían cuando me acostaba con él en la hierva, en el
medio del campo, en nuestro lugar favorito, en donde solo estábamos él, yo y
nuestro acompasado latir. Anhelé aquellos días en donde la felicidad llenaba mi
corazón y se veía una sonrisa a todas horas en mi cara.
El dolor
comenzaba a asomarse en el fondo de mi pecho y el cigarrillo se consumía en mi
mano. Intenté borrar todo recuerdo de mi mente mientras cerraba con fuerza la ventana. Me arreglé rápidamente y salí de casa. Llegaba tarde al instituto. Allí estaba su recuerdo. Aquella fotografía que yo personalmente escogiera, en donde salí con una carita de niño bueno, con su pelo rubio, corto, cayéndole por encima del ojo, su perfecta y blanca sonrisa que parecía la de un anuncio, y como siempre, no podía faltar su guitarra a la espalda.
Las lágrimas empezaron a caer por mis mejillas. Mi corazón aún no se hacía a la idea de que el ya no estaba. Yo lo quería con toda mi alma y así seguiría siendo hasta el final de mis días.
Subí las escaleras hasta la clase y me senté en mi frío asiento. Allí ya no me centro a pensar de que ahora todo es silencio. Mis libros están llenos de imágenes nuestras, de todos los momentos que vivimos juntos; su sonrisa y sus ojos negros siguen enamorándome en su ausencia, siguen despertando en mi eses dulces sentimientos que me inundaban cuando estaba a mi lado, cuando podía sentir el latir de su corazón.
Cada día que pasa me arrepiento del día en el que me pidió permiso para hacer una escapada con los colegas, aquellos nuevos amigos de los que no me fiaba, parecían no ser buenas personas, no como con los que andaba habitualmente. Yo, por supuesto, me negué rotundamente y le expliqué mis motivos, pero el insistió. Dijo que no iba a pasar nada, que confiara en él. Me miró fijamente con aquellos ojos negros que me volvían loca. -Sabes que te quiero más que a mi propia vida- dijo justo antes de besarme con ternura. ¿Cómo le iba a dar una negación ahora? No podía, así que lo dejé ir. Sabía que me podía fiar, nunca me fallara.
Esa misma noche recibí una llamada que intento olvidar, pero es algo imposible. Era un número desconocido. En el momento pensé que sería una broma de alguna persona que no tenía nada mejor que hacer, pero no, se trataba de la policía que me daba la mala noticia de que él había tenido un accidente. Al parecer se salió en una curva cerrada ya que iba bebido. El el coche aún quedaba un olor a marihuana y de la guantera sobresalía una bolsita de plástico, seguramente de cocaína. Esas palabras resonaban en mi cabeza, taladrándola. No podía ser verdad, no podía ser, él no era así, nunca lo fuera. Pregunté por sus "amigos" que no veía por ningún lado. -No hay rastro de ellos- dijo la policía disgustada.
Esos desgraciados habían conseguido influenciar a mi amor, la persona menos influenciable que conocía, y ahora ni rastro de ellos. Todo era tan inesperado... Las lágrimas ya no me dejaban ver, incesantes, cayendo sin compasión por mis mejillas, mi pecho, ¿qué decir de mi pecho? El dolor tan intenso que en el sentía ya no me dejaba respirar. El corazón parecía pararse por momentos y, en cambio, segundos después, latía tan fuerte que pensaba que iba a reventar y de repente lo vi. Llevaban su cuerpo en una camilla, lleno se sangre y heridas. Esa imagen me causó tanta impresión que mis piernas fallaron, cayendo así en el suelo bañado por aceite, rascando mis rodillas; aún así no me di cuenta de ese pequeño dolor, que en ese momento se podría comparar al dolor que produce un corte con un folio. Allí estaba yo, en el medio de la carretera, sin fuerzas, sin ganas de vivir, ya que el destino me acababa de arrebatar lo único que me hacía feliz: él.
La policía intentaba echarme de allí, asustados por mi estado, así que no me quedó más remedio que coger el móvil para que me vinieran a recoger; en ese momento vi un nuevo mensaje de texto. Era de él. Miré rápidamente la hora en la que fuera enviado. Mis ojos se abrieron de par en par, no lo podía creer. Era la hora del accidente. No había muerto en el acto y antes de irse se había acordado de mí. Ahora si que el pecho no me daba para más. Mi cuerpo exhausto llegó a su límite cuando leí ese mensaje que decía: "No pretendía hacerte ningún daño, sabes que no soy así. Te amo".
Esas palabras jamás podré borrarlas de mi mente por mucho que lo intente, no después de saber que utilizó sus últimas fuerzas y los últimos suspiros de su corazón para despedirse de mi.
La policía intentaba echarme de allí, asustados por mi estado, así que no me quedó más remedio que coger el móvil para que me vinieran a recoger; en ese momento vi un nuevo mensaje de texto. Era de él. Miré rápidamente la hora en la que fuera enviado. Mis ojos se abrieron de par en par, no lo podía creer. Era la hora del accidente. No había muerto en el acto y antes de irse se había acordado de mí. Ahora si que el pecho no me daba para más. Mi cuerpo exhausto llegó a su límite cuando leí ese mensaje que decía: "No pretendía hacerte ningún daño, sabes que no soy así. Te amo".
Esas palabras jamás podré borrarlas de mi mente por mucho que lo intente, no después de saber que utilizó sus últimas fuerzas y los últimos suspiros de su corazón para despedirse de mi.
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